sábado, 21 de julio de 2007

PeDaZoS






Escribo, porque escribir es lo que hago cuando las cosas no van bien por mi cabeza. Cuando miro la fecha en la que creé este blog se me pone la piel de gallina. Lo rápido que han pasado los meses. Es increíble. Lo cierto es que mi mala memoria hizo que se me olvidara durante mucho tiempo la contraseña para poder entrar y editar este espacio en el ciberespacio. Y milagro milagroso, el otro día la recuperé de nuevo, por un golpe de suerte, de mi riego cerebral o de buena fe. No lo sé. Me fastidiaba perder un espacio con un nombre tan chulo, lo reconozco.

Supongo que ha sido la misma mala cabeza que me impedía rescatar la contraseña de mi materia gris, ese mareo extraño que impide discernir la galbana de la realidad, la que me ha hecho romper esta mañana, nada más levantarme, una copa de esas que uno tiene en casa para cuando vienen las visitas o para cuando se siente sumiller una tarde de verano. Algo tan delicado de pronto hecho añicos. Tan preciso, tan precioso, tan perfecto. Una mala maniobra al coger la leche, y ahí estaba hecho cientos de pedacitos en el suelo de la cocina. Al intentar recogerlos, no paraba de seguir pisando cristales, que crujían bajo las suelas de las sandalias. Y al final, toda esa perfección, reducida a basura hiriente y peligrosa. No pude evitar tomar unas fotos, porque dentro de mi somnolencia todo me parece poético e inspirador.

Quizá las personas no seamos mejores que las copas. Ni mejores ni peores. Somos un todo, perfecto y equilibrado, hasta que una mala maniobra nos rompe en pedazos. Y nos sentimos tan vulnerables, que nos volvemos basura hiriente y peligrosa. Cuando saqué estas fotos esta mañana, no pensaba en las personas, si no en las relaciones. En la fragilidad de la perfección y el equilibrio entre personas. Pero ahora creo que esa copa hecha añicos he sido yo después de comer este mediodía, y mi experiencia matutina sólo me presagiaba el desarrollo de mi jornada. Después de recoger los pedacitos, me fui a lavar la cara, y descubrí con asombro una avispa muerta adherida como con velcro a la toalla mientras me secaba. Fue como una aparición extraña y siniestra. Creo que entonces debería haberme vuelto a la cama y despertar mañana, porque los pedacitos de mi corazón no se recogen tan fácilmente como los de la copa rota de cristal.

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