lunes, 29 de septiembre de 2008

AceITe y ViNaGrE



La vida viene con aceite y vinagre. Sólo que en la vida, al contrario que en las ensaladas, cuando ponemos de uno, automáticamente quitamos del otro. Todo lo que pasa, la vida, los días, los ratos, el tiempo siempre vivo, hay que aderezarlo. Todo el tiempo, y todo lo que pasa en ese tiempo. Y la vinagreta de la vida, se llama importancia. Una aceitera quita importancia, ve el vaso medio lleno, es optimista. Una vinagrera, pone importancia, ve el vaso vaciándose, y es más bien pesimista. Todos tenemos en la cabeza una de cada: aceitera y vinagrera. Como buenos chefs, o malos, (la vida no te pregunta si quieres vivir de mayor, sólo vives o no vives) aderezamos los acontecimientos de la ensalada vital como nos va pareciendo. Para qué negar que a mí personalmente me gusta la ensalada con mucho vinagre. Tanto, que a veces se me olvida el aceite. De pequeña, me bebía el vinagre directamente de la botella, porque me encantaban los escalofríos que sentía debajo de la lengua, y esa loca segregación de saliva en la boca, que parece que va a explotar de emoción. Hoy el vinagre en la vida no me parece igual de divertido que en mis primeros años, porque me produce una cierta acidez en la boca del estómago, un regurgitar de extrañas sustancias que me irritan las entrañas. Esas preocupaciones constantes por los problemas, que a veces parece que nos inventamos para no estar mucho tiempo sin probar el vinagre existencial. Sin embargo, me he dado cuenta de que esta ensalada de cada uno no se aliña en soledad. Otros contribuyen. Otros aportan de su aceitera y vinagrera, nuevos matices al sabor de fondo de nuestra vida. Personalmente, en el transcurso de mis días, me he percatado de la maravillosa existencia de personas en mi vida que se preocupan por echar un chorrito de aceite a mi vida, para suavizarla, y ahorrarme el escozor de mi tracto digestivo. Mi familia tiene un aceite de oliva de sabor especialmente suave, que neutraliza el más puro vinagre de vino, estridencia insoportable para mis papilas gustativas que en seguida se queman y no me dejan saborear la vida. En otra esquina de la ensaladera, se cuelan mis amigos, esas personas fantásticas que están a mi lado, a veces no sé muy bien a cambio de qué, para ayudarme a conseguir un perfecto y equilibrado sabor día a día. Así, cuando destilo vinagre por los poros de mi piel, inmediatamente lo huelen y en un par de horas hacen que todo sepa menos agrio, menos ácido, más amable y digerible para mi obsesivo coco, que es el órgano que acaba por digerir todas las ensaladas. Creo que nunca podré corresponder a tal aportación de dulzura y comprensión en mi vida, porque nunca sabré qué es lo que aporto yo a sus ensaladas. Supongo que, si todos venimos con aceitera y vinagrera y yo gasto en mí misma casi todo mi vinagre, utilizaré el aceite para los demás. Igual que posiblemente les pase a ellos, que siempre tienen aceite disponible para mí. Si sólo les resulta una décima parte de reconfortante a la hora de tragar los malos ratos, creo que doy por bien empleado mi aceite.

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