miércoles, 17 de septiembre de 2008

El LoDo


Mi horóscopo chino es el cerdo. Nunca me gustó, desde el día en que lo supe. Cualquier otro animal me parecía más apetecible: el fiel perro, el temible dragón, incluso la cabra loca. Pero, ¿qué cualidad tiene el cerdo que lo vincule a mí? Nunca lo entendí... Hasta hoy. Hoy, de repente, un día de septiembre, creo que por fin lo entiendo: soy cerda, porque me encanta revolcarme en la mierda. Y no en cualquier mierda: en mi propia mierda. Debo de encontrar un retorcido placer en pasar mil y un veces la misma película angustiosa por mi cabeza para volver a estremecerme en los momentos de más tensión, sin tener si quiera la delicadeza conmigo misma, por no decir la picardía, de taparme los ojos con las manos para no volver a sentir un vuelco en el corazón. Porque, aunque uno ya sabe lo que le espera, ya sabe “lo que pasa”, sigue notando esa angustia extraña, que antes era por lo desconocido, y ahora por lo emocionante y tremendo aun conocido. Y quizá aquí esté el nudo a desentrañar. No sé el resto de personas, porque nunca tendré la oportunidad de salir de mí misma antes de morir, y nunca sabré qué pasará entonces, hasta que pase, pero por muy manida, maloliente y putrefacta que sea una pena, siempre encuentro el momento de sacarla del recóndito hueco de mi alma donde se halle, y me vuelvo a embadurnar y refocilar violentamente en ella hasta que me duelan todos los huesos del cuerpo, hasta que me duelan los ojos anegados de lágrimas. Nunca seré capaz de desatar una pena hasta que no llore por ella. Nunca la dejaré marchar hasta que no la deje correr por mis mejillas, hasta que no me robe un par de noches, hasta que no me haga sentir profundamente desgraciada. Ayer lloré una pena, y al hacerlo, el nudo se deshizo. Al revolcarme en el oscuro lodo de las alegrías pasadas que no volverán, las risas que se tornan oscuras porque están en un pasado estanco que no puede ya ser continuo, al retozar en nuestras risas, en tu risa, en mi risa, en tus ojos, en mis ojos, en nuestras miradas, me revolqué en nuestro lodo. Creí por un tiempo que ese lodo se tornó ya en tierra fértil, donde crecía algo bonito, lejos de la tristeza, creo que lo llaman amistad. Pero me di cuenta de que seguía siendo lodo infecto. Y, como buena cerda, tuve que revolcarme en él. Me atrajo como atrae un imán las limaduras de hierro. Como la miel a las moscas. Como una minifalda las miradas hambrientas. Como el morbo a las vidas aburridas. Me sumergí en lo que pudo ser y no fue. Ése es un lodo muy hostil, proveniente de las más bajas horas, del peor ánimo y de insoportables noches en vela. Un lodo macerado durante mucho tiempo y después olvidado, sin haber tocado en meses una pizca de aire fresco. Una porquería infecta con un olor y una textura sin parangón. Y mis lágrimas fueron agrias, por llorar sobre un pastel azucarado. Sobre la perfecta percepción que nos deja el tiempo de todo, para hacernos la vida más llevadera. Esa palmadita en la espalda de la memoria selectiva. Los dulces recuerdos hacen un lodo mucho más amargo y pestilente, en el cual ayer, me sentí una cerda. No podía salir de aquella poza. No sin llorar amargamente y sacar de mi repertorio las más tristes canciones. Sin embargo hoy, triunfal, y contra toda predicción de aquel que no sea cerdo, creo que empiezo a olvidarte de nuevo. Me metí en el mar rebozada en pestilente lodo, y el agua salada se lo llevó todo, el lodo, mis lágrimas, y un trocito de mi pena. Empiezo a darte por olvidado. Porque ya sé “lo que pasa”, sé lo que viene, sé lo que significa que ya no estés cerca. Y cuando viene ese trozo angustioso de la película, después de haberlo visto un centenar de veces y sabérmelo de memoria, cojo el mando a distancia y lo paso a toda velocidad. No quiero mirar lo que sé que no me agradará ver. Así que te dejo detrás de mí, a mi espalda, donde no tengo ojos. Y te llevaré siempre ahí, como un trocito de piel, como un lunar, como una mancha de nacimiento, una mancha del lodo que no se llevó la mar, y me recodará lo maravilloso que fue compartir unos días de mi vida contigo. Te quedaste debajo de mi piel, y sé que me dolerás como un reuma los días invierno, y cuando cambie el tiempo de una a otra estación, de una a otra relación, de un día verde a un día gris. Serás, ahí debajo de mi dermis, un pedacito de mí, de quien soy, de quien era al estar contigo. Y pasarás a formar parte del delicioso lodo del olvido, en el que no me acordaré de revolcarme hasta que me duelas de nuevo.

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