miércoles, 6 de junio de 2012

Cumpleañera Dicharachera (parte 1)

Como lo prometido es deuda, hoy mi post va dedicado a esas jornadas especiales que año tras año nos recuerdan que los días no pasan en vano: los cumpleaños.

No puedo decir que me acuerde de cada cumpleaños que ha pasado, pero tengo unas cuantas anécdotas que no quiero que se lleve el viento. Como ya os dije ayer, he estado buceando entre mis álbumes de recuerdos, y tengo algunos momentos muy especiales que aquí van a quedar para que no se me olvide nunca lo afortunada que soy de haberlos vivido.


En los primeros años, los cumples son días como cualquier otro. Supongo que en nuestra conciencia de niños entenderemos que algo pasa con tanta tarta y tanta fiesta, pero aún no somos conscientes de por qué somos los protagonistas más que nunca. Los cumpleaños se empiezan a celebrar con la familia. Arriba estoy en una foto con todos mis primos (los que habían nacido en ese momento, claro) y mi hermano. Yo soy la del carrito, la que aún no sabe que hay que mirar a la cámara cuando te hacen una foto.

Recuerdo que siempre repartía invitaciones para mis fiestas de cumpleaños. Desde pequeña me ha gustado celebrar mi cumple con mis compañeros de clase. Recuerdo muchos de sus regalos, y algunas anécdotas. La más graciosa fue en un cumpleaños en que empezamos a agitar y a abrir botellas de fanta y coca cola, maravillados porque el líquido salía a propulsión del envase. Podéis imaginaros cómo quedaron las paredes de mi casa. Más o menos como un cuadro de Pollock, sí.

En el cumple que celebraba en la foto de arriba, un amiguete se cayó a la piscina (uno de los que se ve en el fondo de la foto de la derecha). Como no sabía nadar, uno de los padres de los niños invitados que se había quedado a tomar algo con mis padres, se tiró a la piscina en su rescate como un auténtico superhéroe. ¡Menos mal que todo se quedó en un susto!


Por lo que he podido contar en las velas de la tarta, aquí cumplía yo 13 años. Estoy con mi padre y mi hermano. Mi madre, sacando la foto. ¡Qué ilusión hace soplar las velas! Me gusta la tradición que dice que uno tiene derecho a pedir un deseo al soplar las velas. Por sumar experiencia y seguir cumpliendo años, el destino te concede un deseo. No sé lo que pediría, pero si era ser feliz, seguro que está cumplido.

Las personas empezamos a cambiar mucho físicamente entre los 11 y los 15 años. Cada uno a su ritmo, pero, de repente, ves que tienes pinta de mujercita. En mi caso a los 15 años ya empezábamos las amigas a preocuparnos por nuestro aspecto, por la ropa y, como no, por los chicos. Salíamos en un grupo de gente bastante grande, con muchos amigos y amigas que vivían en la urbanización. El año que cumplí 15, me hicieron un regalo súper especial. Me regalaron un álbum en el que cada uno había aportado una foto de bebé, y una foto actual (con 15 añitos, por la época). Cada uno añadió también una dedicatoria. Es uno de esos regalos que me emociona volver a abrir y recordar. Lo guardo con muchísimo cariño, y me llena de orgullo haber sido merecedora de un regalo tan trabajado y tan personal. Lo titularon "100 amigos en 15 años". Como yo estaba loca por Leonardo Di Caprio en aquel momento, pusieron una foto de una revista con un autógrafo falsificado y una nota disculpándose por no haber podido venir a la fiesta. ¡A que es un regalo genial?


Aquí están algunas de las páginas del álbum, con fotos de personas que adoro, y que nunca van a salir del lugar especial donde viven en mi corazón.

Después de los 15 vienen los 16, y ya teníamos un grupo de amigas muy cercanas, que nos sentíamos uña y carne. Estábamos locas por una película que se llamaba "Amigas para siempre" ("Now and Then"). Trataba de cuatro amigas que se reencontraban después de veinte años cuando una de ellas está a punto de dar a luz. Ese reencuentro da lugar a que recuerden sus veranos juntas, y las anécdotas de su adolescencia. Cada una nos identificábamos con una de las protagonitas. A mí me gustaba Roberta, que estaba encarnada por Cristina Ricci, actriz que me encantaba en ese momento.

Cuando cumplí 16 estaba a punto de irme a Estados Unidos un año, y me hicieron una fiesta de despedida por todo lo alto. Fue poco después de la Fiesta de final de curso del colegio de ese año. 

Mis amigos hicieron una colecta monumental, y me regalaron un móvil para que puediéramos llamarnos estando en los Estates. Fui la primera del grupo en tener móvil (tecnología que comenzaba por aquellos entonces), aunque la fiebre no tardó en llegarles al resto. Luego resultó que no se podía utilizar el teléfono en Estados Unidos, pero le di buen uso a mi vuelta.


En Estados Unidos (Oxford, estado de Massachusetts) cumplí los 17. Recuerdo que el profesor de Historia (un chico joven y muy guapo del que estabamos todas absolutamente enamoradas y que podéis ver en la foto de arriba a la izquierda) me compró una tarta y celebramos mi cumple en su clase.
En la Cafetería me regalaron mis amigas una comida muy especial. Recuerdo ese cumpleaños con muchísimo cariño. Hice amigos en este año que no olvidaré mientras viva, y con los que, gracias a las redes sociales, puedo mantener contacto a día de hoy.


Por la tarde, mis amigas me hicieron una fiesta sorpresa en casa de una de ellas. Fue una fiesta pijamas temática (el fondo del mar era el tema, y me regalaron un cubo lleno de objetos relacionados con el mar: puzles, figuritas de peces, gafas de sol... Fue una fiesta muy divertida. Creo que es una gran idea organizar fiestas temáticas para celebrar los cumples. Y las fiestas pijamas de chicas... Simplemente me encantan. Unos cuantos años después, ahora que empezamos todas a tener nuestros propios domicilios, me vuelve a parecer una idea fabulosa esta de hacer fiestas pijama.

 Cuando mis padre vinieron a verme a Estados Unidos por mi graduación (sí, me gradué con 17 porque cogí muchas asignaturas y tenía suficientes créditos aunque fuese un año más joven que mis compis de clase) y por mi cumple, me regalaron una salida a ver ballenas (whale watch). Soy, he sido y seré una enamorada de las ballenas, y este regalo me emocionó profundamente.

Un año después, y con la Selectividad encima, cumplí 18. No estaba el momento para muchas celebraciones, así que lo celebré con mi familia. En cuanto terminaron los exámenes, nos juntamos para celebrarlo todo: el terminar bachillerato, cumpleaños varios, el final de la selectividad, y, por qué no, el final de una etapa muy importante de nuestra vida. Nos convertíamos en mayores de edad, para lo bueno y para lo malo.

Aquí os dejo por hoy, y mañana sigo con los cumples de veintitantos.

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