Ayer estuve planificando mis vacaciones. Tengo la suerte de poder ir este año a una isla en la que nunca antes he estado, y por lo que me han contado, es
maravillosa.
No sé si a vosotros os pasa, pero yo cuando viajo y aterrizo
en una ciudad que no es la mía, tengo que pateármela entera, verlo todo, entrar
en todas partes y que no se me quede ni un rinconcito sin ver. Entro en un
estado en el que todo me parece maravilloso y genial, e intento impregnarme del
espíritu de la ciudad. Intento grabar la sensación que me producen los olores,
las calles, la gente, los tonos de sus edificios, para poder recordarlas cada
vez que vea una foto de ese viaje, o que alguien me mencione esa ciudad.
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Arquitectura en Lyon |
Por ejemplo, pienso en Lyon y me vienen a la mente las
formas helicoidales de las escaleras de caracol, las calles estrechas, los
contrastes entre la parte antigua y la nueva, las alargadas plantas de los
edificios que me recuerdan a las teclas de un piano, la ensalada lionesa que
tiene bacon y huevo escalfado, el embutido, los macarons, los corchos de chocolate, las
tienditas maravillosas de detalles increíbles, las láminas con ilustraciones
ideales y los puestos de libros antiguos. Me recuerda a los hermanos Lumiére y
al Museo del Cine que está en la casa que tenían en Lyon, que me recorrí una y
otra vez intentando fotografiar esa
imagen y esa sensación en mi cerebro. Me vienen los recuerdos de los paseos, de
las visitas, de las miles de escaleras y cuestas imposibles, del dolor de
piernas, de la montaña que reza y la montaña que trabaja, del increíble Museo de las Miniaturas, el Museo de Bellas Artes, la Plaza de Terreaux, el Ayuntamiento y los increíbles frescos lyoneses, que son pinturas que cubren las fachadas de los edificios. Me pongo a pensar y
no paran de agolparse recuerdos simplemente maravillosos. Ya os digo que yo
hago el esfuerzo consciente en cuanto piso una ciudad de empaparme hasta los
huesos de ella. Y funciona.
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La comida Lyonesa |
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Exterior e interior de la cas de los hermanos Lumiere en Lyon |
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Museo de las Miniaturas y Guignol |
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Arriba, frescos Lyoneses. Catedral de Fourviere y Torre Metálica |
Por eso me gusta pensar que cuando viajo estoy en
modo
esponja. Todo me inspira, todo me gusta, todo me parece interesante, y todo lo
absorbo. Y, por supuesto, todo es digno de ser fotografiado. Os he hecho un recopilatorio de fotos de esos viajes a Lyon, ciudad que me enamora. Al final, muchos recuerdos de nuestros viajes quedan en las fotos que tomamos. Con esos recuerdos uno tiene inspiración para rato. Por eso en
vacaciones, me gusta tener unos días de playa (o campo) y desconexión total, y otros días
de una ciudad nueva (en España o fuera, la cosa es conocer el mundo un poquito
más) que me cargue las pilas de la creatividad.
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Plaza de Terreaux, en Lyon |
Últimamente, porque me doy cada vez más cuenta de la cantidad
de cosas que ocurren en las grandes ciudades sin que nos percatemos, intento
vivir en modo esponja también en Madrid.
De la vida cultural de Madrid empiezas a contar y no paras. Hay tanto
que hacer que es inabarcable. A mí me llegan invitaciones para inauguraciones
de expos casi todas las semanas, por mail y por carta. Hay tanto que hacer que
uno se desborda. No caigáis en eso. Despacito y buena letra. Yo aquí os hablo
de mi experiencia con la vida cultural de Madrid en muchas entradas, pero eso
es un filtro que yo hago. Hay que mirar la oferta probar, y decidir lo que será
una constante en nuestro tiempo libre porque nos ha gustado. Lo que no nos ha aportado demasiado, lo
descartamos. Bien es cierto que el modo esponja es muy apropiado en vacaciones,
porque no tenemos los agobios diarios de los estudios y el trabajo en la
cabeza, y nos queda hueco para llenarlo de esas nuevas sensaciones. Así que,
cuando uno se pone en modo esponja pero no está de vacaciones, tiene que
tomárselo con un poco más de calma para no agobiarse. La vida cultural tiene
que aportarnos buenos momentos y nuevas ideas, pero ser sobre todo una vía de
escape a nuestras preocupaciones diarias, no una carga. Si lo vemos como una carga, hay que relajar el ritmo, o encontrar actividades que nos llenen más.
Lo bueno del modo esponja en la propia ciudad, es que
podemos tomarlo sin agobios. En la ciudad en la que residimos estamos muchas semanas
al año, y no tenemos los días contados como cuando hacemos visitas turísticas.
Poco a poco uno va viendo, va visitando, y se va empapando de su propia ciudad.
Y, aunque parezca difícil, siempre es sorprendente. Os recomiendo que os
compréis una guía de Madrid como si fuerais “guiris”. Yo tengo varias, y
todavía no las he completado. Me queda muchísimo por descubrir. Las guías
os hablarán de lugares y monumentos que no teníais ni idea de que existían en
Madrid. Podéis hacer planes de una mañana o de una tarde y visitar ese
rinconcito que no conocíais y que recomiendan. Os parecerá de tontos, pero no
sabéis la cantidad de cosas chulas que esconden las guías. Yo tengo tres guías
de Madrid que me gustan. Os iré hablando de ellas a ratitos, pero eso será otro
día.
3 comentarios:
Acabo de descubrir tu blog por casualidad y me ha enamorado.
Te sigo :)
Un besazo inmenso.
http://zapatodetacon.blogspot.com.es/
A mí me pasa exactamente lo mismo. Vaya a donde vaya siempre quiero verlo todo aunque sí un poco estresada, eso sí debería cambiarlo. Por cierto, me encantan las fotitos. Un besito!!
Es genial que pienses asi. Yo cuando me voy de viaje me gusta ver los sitios en los que voy a estar, las costumbres que hay, como es la gente e intento aprenderme alguna palabra en su idioma.
Respecto a Madrid, nunca he tenido la ocasión de poder conocerlo mas a fondo pero espero hacerlo. A veces conoces mas otros sitios que el lugar en donde vives.
Te deseo unas felices vacaciones Naiara :)
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